Desde el inicio, el hombre intentó proponer sus
términos sobre el Universo que recibe a este ser inquieto y curioso que intenta
aún encontrar su lugar en él y proyectarse, entendiendo el por qué de su
posición y su destino. Sin ir más lejos, la recta fue el intento humano de
poner su propio sello en un Universo de formas, trayectorias y relaciones curvas.
En cierta manera, la línea recta vendría ha ser una acción a “contrapelo” del
determinismo natural. Puede que, sin embargo, sus ojos le hayan aportado la
idea de la recta, cuando contempló la línea del horizonte, o cuando observó la
trayectoria aparente de una estrella fugaz. Pero, entonces no podía saber aún,
que no había línea recta en las formas visibles del Universo, ni siquiera
cuando un cuerpo recorre raudamente las inmensidades del espacio, donde su
trayectoria se curva por efecto de la gravedad de los cuerpos más grandes. Ni
siquiera la luz, lo más veloz que existe en el Universo, se salva de esa regla.
Sin embargo, en su intento por
moldear nuevas formas, en su enorme capacidad de abstracción, idealizó las
formas curvas que tenía ante sus ojos, y buscó el trazo que mejor las
representara, creando el círculo. Es así como el círculo, desde las más remotas
culturas del hombre, siempre ha representado la idea del Universo, de lo que
está contenido o auto-contenido. Cuando el hombre antiguo quiso representar el
cosmos, trazó un círculo con un compás, siguiendo su perfecta curva de 360°.
Todo lo que viniera de la naturaleza, de la creación divina, del universo, ha
quedado, desde entonces, representado de esa manera. Por lo mismo, a través de
los tiempos, muchas ceremonias iniciáticas se desarrollan dentro de un círculo,
y en el alquimismo, era uno de los cuatro signos fundamentales, que estaba
relacionado con la unidad.
Como ejemplo de esta relación de formas y
Universo, el conocido triángulo “3-4-5”, de cuya suma de los lados resulta 12,
se asocia antiguamente a la significación esotérico-numeral que propone el
llamado “duodenario”, símbolo del Universo perceptible, del Cosmos mensurable,
del tránsito a través de las constelaciones. Todo esto no es más que un intento
de señalar como, la relación Hombre-Universo, ha sido abordada a través de la
historia de la humanidad con inmenso interés desde la filósofía, religión y del
mundo científico. Las Doctrinas naturalistas más antiguas de los atomistas griegos
del siglo V antes de nuestra era, expuestas principalmente por Demócrito,
llegaba a la conclusión de que el Universo se componía de lo lleno y de
lo vacío, de lo lleno, es decir de lo extenso, compuesto de lo simple extenso,
a lo cual este filósofo presocrático daba el nombre de átomos y quien en
contraposición a los filósofos de la época como Anaxágoras y Empédocles,
tuvo la originalidad de señalar que el movimiento de los átomos provenía de
ellos mismos y no de fuentes exteriores, llegando así a la conclusión de que en
el Universo no había Dioses de ninguna clase. Esta visión antigua del atomismo
como imagen del Universo, a lo largo de la Historia se convirtió en lo que hoy
conocemos como el cientismo moderno, que se apoya en el trilogía del Método Científico
y que en su forma naturalista moderna concluye fundamentalmente:
a) Todo efecto corresponde una causa y
viceversa y
b)
el mundo
está regido rigurosamente por Leyes
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